"Y dijo el profeta: La bestia contempló el rostro de la bella, y su mano no mató. Y desde aquel día, fué como si hubiera muerto."
Con estas palabras, se presentaba en los cines de Estados Unidos, allá por 1933, King Kong. Con el título "Un Amor Imposible", en el año 2006, realicé la presente revisión del celebérrimo gorila cinematográfico para el catálogo de Arte Fantástico de Fontegrís Miniatures. Recuerdo que me llevó mucho tiempo, y grandes dosis de labia, convencer a Fontegrís de la comercialización de esta obra. Por sus dimensiones (20 cm alto y 16 de diámetro de base), resulta una pieza cara y compleja de producir. Al final, me llevé el gato, digo el mono, al agua, y pude convencer a Fontegrís, que apostó fuerte por Kong; y la verdad es que no tuvo que arrepentirse.
Ha sido portada en Italia y objeto de numerosos artículos en la prensa especializada internacional, se ha llevado algún que otro premio, y lo más importante, es una pieza que siempre ha gozado de buena acogida entre el público coleccionista. En un principio, se puso a la venta una edición especial, limitada y numerada a 50 ejemplares, que incluía la figura del Jack Driscoll agazapado Thompson en mano. No tardó en agotarse. Posteriórmente, se sacó en edición regular, que también se agotó. Actuálmente podéis disfrutar de su visionado permanente, con 8 vistas y datos técnicos, en la web MarcoNavas.com.
Creo que King Kong, junto al cine de Ray Harryhausen y Jim Henson, fueron influencias de infancia determinantes para mi posterior labor profesional. Tiene gracia, pero con el tiempo, leí una entrevista en la que Harryhausen confesaba que fué la visión de King Kong, lo que marcó su dedicación profesional en la escultura para desarollar el sistema "Stop Motion" en la creación de efectos especiales para cine. Mi buen amigo Luis Agüe, más conocido por estos lares como Lord Ruthwen, es un experto estudioso de la obra y figura de Ray Harryhausen; además de responsable de la traducción al castellano de la web oficial del genio del "Stop Motion". Así que, aprovecho la ocasión para deciros que gracias al simpar Luis, España disfruta, en su lengua materna de la web oficial de Ray Harryhausen, que recomiendo encarecídamente visitar a tod@ buen amante del cine fantástico (ver aquí).
Aún me acuerdo de la televisión donde ví por primera vez King Kong. Era una tele en blanco y negro, pequeñita, de un aspecto tope retro-futurista; de carcasa llamatívamente roja, y unos aparatosos cuernos a modo de antena que había que mover de vez en cuando para que las ondas hertzianas no se fueran a otro espacio. Es evidente que no era la mejor forma de ver cine, pero aún así, King Kong me resultó fascinante. Aquella misteriosa Isla Calavera, esa extraña tribu proclive a realizar ofrendas a su Dios gorila, la encarnizada lucha de Kong contra el T-Rex y el Pterodáctilo, la gélida sensualidad de Fay Wray (la rubia)... Pero Kong tenía para mí otro aliciente implícito. A diferencia de otras películas de monstruos como "Vino del fondo del mar" o "Tarántula", Kong no era un monstruo necesaria e indiscutíblemente malo. En absoluto. Monstruos malvados eran aquellos contra los que Kong luchaba en defensa de la asustadiza (quién no lo sería?) rubia. Monstruo era el especulador del Show Business que sume Nueva York en el caos, previo secuestro del Rey Mono y tráfico de especies exóticas, con el único objetivo de enriquecerse. Y tal vez monstruos, también fueran quienes ejecutaron las órdenes desde sus biplanos, y acabaron a tiros con Kong en lo alto del Empire State Building. Sí, siempre me ha resultado entristecedor ver el final de King Kong. Al fin y al cabo, yo siempre he visto su historia, como la de un Amor Imposible, así, ambos con mayúsculas. Un Amor Incomprendido. Un Amor no correspondido. Y tal vez ese, el que se situa entre la incomprensión y la no reciprocidad, sea el más trágico, desgarrador, y descorazonador de todos los amores.
No tengo muy claro quién o qué mató definitivamente a King Kong. Tal vez las balas con las que acostumbramos a imponer la ley y el orden. Tal vez el ansia de riqueza de un especulador sin escrúpulos. O puede que fuera el hecho de encontrarse con la realidad de la belleza, y percibirla como una fantasía inalcanzable, imposible. O quizás, sólo quizás, fuera ese miedo patológico que sentimos los seres humanos, y proyectamos de forma violenta, hacia todo aquel o aquello que desconocemos, que no comprendemos, y que en consecuencia, presuponemos diferente. Pero si pensáramos por un sólo instante, que no hay nada más común, y por consiguiente más normal, en la naturaleza de la que somos parte, que la diversidad... tal vez, sólo tal vez, King Kong seguiría vivo.
P.D.: Vaya esta preciosa letra de José Alfredo Jiménez para todas aquellas personas que son, sienten, piensan y aman, diferente!.
iMPRESIONANTE la figura que te salió.Para mí el auténtico King Kong será el de 1933, es en el que siempre me viene a la mente cuando pienso en este personaje.
ResponderEliminarMuchas gracias, Corsario!. Y aunque he disfrutado todos los Kongs, de cada uno lo suyo, para mí también es especial la de 1933. Y sí, es mi 1ª imagen de King Kong.
ResponderEliminarPor cierto, estupendos los artículos de Diego Valor, y los nuevos del Guerrero (Que hay libro-ensayo nuevo!!)