IRES, DEVENIRES, Y REFLEXIONES ESCRITAS EN VOZ BAJA.

jueves, 20 de octubre de 2011

El Guerrero del Antifaz.

Recuerdo perféctamente cuándo y dónde tuve por primera vez en mis manos un ejemplar del tebeo "El Guerrero del Antifaz". Fué hacia 1980, en la España pre-Naranjito, en un verano caluroso, como todos en Medina del Campo. El lugar de Castilla, por aquel entonces La Vieja, donde pasaba gran parte de las vacaciones de verano, con mis abuelos paternos, oriundos del lugar. Ancha era Castilla por aquel tiempo, y estrecha la economía familiar. La asignación semanal que me daban los abuelos, más conocida como "La Paga", no era mucha, y lo cierto es que, aún menos, los lugares de Medina donde poder gastarla. Un puesto de piñones; Una librería-papelería que odiaba, pues era donde me compraban los "cuadernos Rubio" de ejercicios, con los que me martirizaban todo el santo (nunca mejor dicho) verano ejercitando mi pésima caligrafía de zurdo converso; Y el esperado mercado semanal.

Aquel mercado, en realidad, tenía poco de especial para mí, a excepción de un puesto. Entre frutas, verduras, todo tipo de ropa y qué sé yo, había un tenderete con libros y tebeos. Montones y montones de tebeos. Quizás no fueran tantos, pero para mí, era una cantidad inalcanzable, que lo convertía en un vergel entre tanto campo ocre. Y allí fué, donde gracias a mi abuelo, pude hacerme con mi primer "Guerrero del Antifaz".
Mi abuela siempre se inclinaba a comprarme tebeos de Bruguera, en especial de Carpanta, Las Hermanas Gilda o Doña Urraca, pues ella se reia mucho leyéndolos. Pero a mí, que era un niño de poca risa y muchos sueños, me gustaban más las historietas de aventuras. Y esos eran los tebeos que compraba cuando iba con mi abuelo. A mi abuela le gustaba leerme los tebeos de Bruguera, o eso decía ella. La realidad es que le daba vergüenza leerlos sola por que, en esta España nuestra, máxime en aquella, leer tebeos no está bien visto, pues es "sólo cosa de niños". Yo le pedía a mi abuelo que me leyera los de aventuras, pero él siempre me decía "mejor lo lees tú, que sin gafas no veo bien". Mi abuelo nunca usó gafas. Así que pronto comprendí que no sabía leer, pero le daba vergüenza decirlo. Eso me hizo sentir mucha vergüenza de mi país, pero nunca de mi abuelo. Yo leia para los dos.
Me pasaba la semana leyendo y releyendo aquellos tebeos, y cada siete dias, acudía fiel a mi cita del mercado a por un nuevo ejemplar. Lo cierto es que a mi me gustaban todas las historietas de aventuras y ciencia ficción, aunque las de épica medieval, cobraban un sentido especial en aquel contexto espacial. El mayor atractivo que encerraba la Medina del Campo de mi infancia, era sin duda el Castillo de la Mota. Desde allí, otrora habian decidido los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, los designios de la España del siglo XV. Y para mi ensoñadora mente, resultaba muy fácil imaginar a héroes medievales corriendo mil aventuras, con sólo mirar aquel bastión de piedra que yo veia inexpugnable. Mi abuelo alentaba mi imaginación respondiendo afirmatívamente a mi batería de preguntas. "Abuelo, ¿estuvo aquí el Guerrero del Antifaz?"; "Sí, defendiendo a los pobres y cristianos de los señoritos malos y los invasores sarracenos", me respondía él con total convencimiento. "Abuelo, ¿y El Capitán Trueno también estuvo?"; "Sí, también". "¿Y qué hacía?"; "Pues lo mismo que el otro". "¿Y el Príncipe Valiente?"; "Pues claro hombre, aquí eran valientes todos". "Y... ¿Vicky el Vikingo, estuvo también?; "También, pero ese sólo vino de visita". Hoy estoy convencido que si le hubiera preguntado por Conan (al que aún no conocía), él habría dicho que sí, que por allí estuvo viviendo una temporada. Para él, todo nombre que sonara castizo había vivido allí, y los que no, habían pasado de visita. Y siempre defendiendo a pobres y cristianos. Mi familia no era creyente, así que desde muy niño tuve claro a cual de los dos grupos pertenecía.

Unos años más tarde, ya en la adolescencia, me llevé una profunda decepción al leer un artículo del estudioso Salvador Vázquez de Parga, donde tildaba al Guerrero del Antifaz, (y por extensión a su autor, Manuel Gago), de ser un tebeo fascista, al servicio de la doctrina del Nacional-Catolicismo impuesto por la dictadura militar. El Guerrero, uno de los héroes de papel de mi infancia, quedaría estigmatizado desde entonces, y Manuel Gago, se convertiría en una víctima más de esa ignorancia basada en el cotilleo y rumorología de la que solemos hacer gala los españoles. El erudito ensayista, a quien admiro y respeto mucho, se equivocó, tal vez llevado por cuestiones personales, en su injusto juicio del Guerrero del Antifaz. Con el tiempo, supe que Manuel Gago era hijo de republicanos. Que su padre había estado largo tiempo encarcelado, y que él, y toda su familia, habian vivido estigmatizados por "rojos", y sufrido por ello, como tantos otros, las permanentes represalias que el yugo de la dictadura franquista ejercía con aquellos que consideraba "sus vencidos". Como podréis imaginar, Manuel Gago no tenía ninguna simpatía por todo aquello que se (pre)supone defendía su "Guerrero del Antifaz", y tal San Benito, le causó un profundo e intenso dolor para el resto de su vida. Ya lo decía mi abuelo, "no hay nada peor que estar en medio de ningún sitio".

Hace unos meses, tuve la inmensa suerte de recibir la commission (encargo) que os tráigo hoy a este espacio. Para mí fué un reencuentro con un personaje muy querido, y una humilde forma de rendirle un merecido homenaje. Y también un buen pretexto para releer gran parte de la obra de Gago, en lo que al Guerrero se refiere. En ella me encontré un montón de maniqueismos y dejes de los que adolece todo tebeo español de los años 40/50, incluyendo al Capitán Trueno. Pero también fué una satisfacción descubrir numerosas críticas al poder, y sobre todo a quienes abusan del ejercicio del mismo. No, el Guerrero del Antifaz no sirvió a los intereses de la dictadura militar, ni más ni menos que cualquiera de sus coetáneos. Para lo que podéis estar seguros que sí sirvió el "Guerrero del Antifaz", es para que un humilde y genial historietista, diera de comer y sacara adelante a su familia, en una España triste, de oscuridad permanente. Y para que un niño, que hoy es un humilde miniaturista, tuviera unos veranos más alegres y luminosos en aquella Medina del Campo de los 80, tan Reina, y tan católica.