Así es. Y hace poco que lo he descubierto, concrétamente, la semana pasada, escuchando al Papa. Lo de que soy Dios, digo. Que tal oficio ha de tener más dificultad que beneficio, hace mucho que me lo vengo barruntando. Y es que en uno de los discursos papales durante las JMJ de Madrid, Benedicto XVI, entre otras muchas cosas dijo, en referencia a agnósticos, ateos y demás partidarios del laicismo, "Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos". Hombre, yo diría que eso de creerse dioses es más propio del egoismo y ansia de poder desaforados de las jerarquias de un sistema clasista que se rige por el "tanto tienes, tanto vales", del que, por cierto, también participa el estado Vaticano, su banca, y sus empresas. No, lo cierto es que yo no me creo Dios. No soy tan prepotente y ególatra. Ni siquiera soy lo suficientemente pretencioso y soberbio para decir que hablo con ÉL, algo que por cierto, acostumbran a asegurar sin complejos, ni rastro de humildad, algunos miembros de la aristocracia de la iglesia católica. Aunque os confesaré que, a pesar de no ser creyente, muy de vez en cuando yo también le pido a Dios. Ya sea por que acostumbro a conceder el beneficio de la duda, o por que quizás sea como Buñuel, "ateo gracias a Dios", pero le pido. Le pido poquita cosa eh?, pero la burocracia del Vaticano parece tenerlo demasiado ocupado.
También añadió el Papa en la misma omilía, y en referencia a las mismas personas, "Desearían decidir por si solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quien es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias". Yo diría que a eso, en general, se le llama pensar; y de poder hacerlo en libertad, habló Jesús de Nazaret largo y tendido. Tanto, que le costó la vida. Y añadiría que, en algunos paises islamistas, hay personas que, dejando de decidir por si solos, es decir, anteponiendo la moral a la ética, matan a pedradas a mujeres, sobre quienes unos señores que dicen hablar en nombre de su Dios, el cual les dicta que es verdad, bueno y justo, deciden cuánto viven y cuándo mueren; sacrificando así seres humanos en aras de otras preferencias, concretamente las suyas. Desgraciadamente, la iglesia católica también ha decidido en demasiadas ocasiones quién es digno de vivir y quién no. Y siempre, lo ha hecho en aras de sus preferencias. Y no estoy hablando de la Edad Media, ni mucho menos. A lo largo y ancho del siglo XX, tenemos multitud de vergonzantes casos en España y toda Suramérica donde la iglesia católica decidió quien era digno de vivir, y a quien su dignidad habría de costarle la vida. Esa es la Verdad, y no es ni buena ni justa; aunque ya se sabe que de poco importa todo, cuando Dios está de nuestro lado.
También sentenció el Santo Padre que, "no se puede seguir a Jesús en solitario, ni hacerlo fuera de la iglesia católica". Mensaje tan elitista y excluyente, que la verdad, a mí me resulta muy poco cristiano, en especial, si es verdad eso de que todos somos hijos de Dios, e iguales ante sus ojos. Lo cierto es que resulta mucho más fácil y cómodo ser oveja que pastor; aunque, sea churra o merina, cuanto más oveja sea la idem, menos difícil lo tendrá el pastor. Es fácil no delinquir por miedo a las consecuencias, lo difícil es no hacerlo por tener principios éticos. Hay que tener fuertes convicciones para ser justo, y no en busca del beneficio propio, sino por el bien ajeno. Y es la educación, y no el dogma de fe, quien nos dota de esos principios y valores. Creo que os he contado alguna vez que yo aprendí a leer y escribir con unas monjas. Y también me enseñaron otras muchas cosas vitales para mi educación y formación como persona, por ejemplo, a tener fe y amar al prójimo. Pero nunca condicionaron esa fe al coto privado de la iglesia católica. Y mucho menos, supeditaron ese amor al otro, a las creencias de éste. Me enseñaron a amar al prójimo sin complejos ni prejuicios, ya sea semejante o diferente. Tal vez la causa sea por que las hermanas Covadonga, María del Carmen y María Teresa, son, además de monjas, muy buenas personas, y unas verdaderas cristianas. Pero ya se sabe que el hábito no hace al monje, ni a la monja. Lo que sí hace a la Verdad, es la Sinceridad.
La pasada semana, una profunda tristeza me invadió viendo los acontecimientos desatados durante las JMJ de Madrid. Respeto profundamente todas las creencias, y considero que todo el mundo tiene derecho a expresarlas líbremente, pero detesto a los extremistas, con creencias y sin ellas. Tampoco me gusta la hipocresía, y por eso me resulta vergonzante ver cómo se mercantiliza la fe; banalizándola, trivializándola; exhibiéndola como una ideología através de ostentosos espectáculos mediáticos ajustados a los dictados de la moda y el marketing, más propios de Lady Gaga que de seguidores de las enseñanzas de Jesús. Me repugna ver como algunos utilizan a Dios para encubrir el odio y la sed de violencia. Me revuelven las tripas quienes utilizan el Evangelio y a Jesucristo para hacer políticas rasteras basadas en el enfrentamiento, el miedo y la mentira, que sólo buscan la imposición de sus ideología através de la violencia. Me indignan quienes, generalizando, prejuzgan y condenan injustamente a miles de hombres y mujeres que valiéndose sólo de su fe cristiana, consagran su vida a los verdaderos necesitados de la tierra. Bendita su fe. Me avergüenza ver a quienes piden tolerancia y respeto increpar e insultar a sus semejantes por sus creencias. La tolerancia no se impone, se predica, y siempre, con el ejemplo. Durante las JMJ de Madrid, he oido a católicos y láicos especular por igual con la posibilidad de que Dios apareciese de pronto en escena. Para los unos lo haría en Cuatro Vientos, frente a ellos, los católicos. Para los otros lo haría en la Plaza de Sol, junto a ellos, los láicos. Y ya puestos a especular, también lo hicieron con la posibilidad de que Jesús volviera a caminar entre los vivos. Claro está que para los católicos lo haría junto al Papa, desplazándose sobre la tierra, en papamóvil. Y que para los láicos lo haría encabezando la marcha láica, a pié, tirando de pancarta. En mi humilde opinión diré que la primera posibilidad, la de la irrupción de Dios, yo no la contemplo. Como he dicho, está muy ocupado. La segunda, la del retorno de Jesús a la Tierra, me resulta improbable e inverosimil pues creo en la física, pero puesto a imaginar... Yo creo que si Jesús de Nazaret estuviera por Madrid durante esos dias, no estaría ni con los unos, ni con los otros; estaría llorando de impotencia por ver al ser humano preso del odio, la intolerancia y el ansia de poder, e imponer, de las ideologias. O tal vez estuviera en la periferia, allí donde mal viven todos esos que no acostumbramos a ver, ni a mirar, por que la pobreza no es una opción ideológica, sino una condena real, orquestada de forma colectiva. O quién sabe si, ante la dificultad de ser el hijo de Dios, no optaría por quedarse en casita haciendo lo mismo con lo que yo os voy a dejar por hoy, rezando este Padre Nuestro.
P.D.:El título "Qué difícil es ser Dios", es una fascinante novela de Arkadi y Boris Strugatsky, que recomiendo a toda persona con interés en conocer y descifrar la naturaleza, idiosincrasia y alma del ser humano. En castellano está editada por Gigamesh.
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