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lunes, 9 de mayo de 2011

La Condesa que jugó con fuego, y quemó Gijón.

"Tras el alzamiento de D.Alfonso, Conde de Noreña, contra su sobrino Enrique III de Trastámara, rey de Castilla, el año 1394 sería testigo del primer asedio del ejército castellano a la ciudad amurallada de Gijón, villa bien fortificada y rodeada por un extenso arenal. Un año más tarde, con el conde Alfonso huido a Francia, era su esposa Doña Isabel de Braganza, la responsable de defender Gijón del segundo asedio del rey Enrique III al frente del poderoso ejército de Castilla. La plaza hubo de ser finálmente rendida, pero no sin que antes la orgullosa condesa Isabel le prendiera fuego. Era 1395, el último año del viejo Gijón."

Este pequeño texto lo escribí para el certificado de autenticidad que acompaña la presente obra, en su versión comercializada por Fontegrís Miniatures. No es un texto fantástico ni dramatizado. Ni es una ficción histórica como "El Príncipe Valiente" o "El Capitán Trueno". Es tan sólo una breve narración de los sucesos reales y bastante bien documentados que acontecieron a finales del medieval siglo XIV, en esta parte del mundo que llamamos Asturias.
Pero bien podría ser, llevándosela al lenguaje del cine, cómic o literatura, un apasionante relato épico de aventuras, por que a pesar de la veracidad de los hechos, es una historia que entraña un buen número de elementos que la convierten por sí misma en material literario. Intrigas palaciegas y para ciegos que implican a Reyes, Infantes y Condes; Matrimonios pactados por intereses, e infidelidades expontáneas por necesidad; Fieros combates con olor a salitre y un asedio regado con sangre y sentenciado con fuego; Piratas ingleses y mercenarios franceses, hombres de armas y pescadores armados, amor, despecho, ambición, una pizca de honor, y un sinfín de traiciones. Incluso hay quien relaciona, en el prefacio de estos acontecimientos, al célebre Bertrand du Guesclin por las conocidas implicaciones de éste con el Rey Enrique II, abuelo de Enrique III, y primero de la Casa de Trastámara en la corona de Castilla.

Mientras escribo estas líneas, pienso que no es éste un hecho aislado en la historia de nuestro país, abundante en materia prima para la narración épica, y es entonces cuando me pregunto, ¿por qué son tan escasas las obras, en especial de género, basadas en nuestro pasado, y aún más extraordinarios sus éxitos?. Alguna posible respuesta a esta pregunta se puede encontrar leyendo un par de artículos escritos por el amigo Hernán Migoya, y publicados reciéntemente en su blog (pinchar aquí y acullá). Lo que os recomiendo hagáis, pues desde luego no será una pérdida de tiempo. Así mismo, os recuerdo que clicando sobre las fotos las podréis disfrutar ampliadas.
Esta obra, titulada “Asedio a la Villa medieval de Gijón, 1395”, la realicé originálmente para una colección privada, pero al no ser el encargo de obligada exclusividad, posteriórmente Fontegrís la serió y comercializó en una cuidada, limitada y numerada edición. No encontraréis en ella reyes, infantes ni condes. Ni tampoco piratas, mercenarios ni capitanes de reconocido nombre propio. Pues fué de personas anónimas la sangre derramada que tiñó los arenales de Gijón, y que el tiempo ha ido borrando con la ayuda del poderoso vaivén del mar Cantábrico y la frágil memoria de sus habitantes. Es por ello que representa una minúscula y anónima escena, de lo que bien pudo tener lugar en la defensa y asedio de la villa medieval, en ese aciago año de 1395, el último año del viejo Gijón.

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